A cada uno nos llega de una manera. En mi caso fue progresivo, pero puedo reconocer perfectamente los momentos en los que se fue incrementando. Este artículo es bastante exhaustivo porque sé que fueron varios los elementos causantes, y quiero que quien me lea pueda tal vez reconocerse en los síntomas o las circunstancias.
Los comienzos
Llevaba varios años viviendo en Dublín, compaginando mi trabajo como cocinera a jornada completa con mi segunda profesión, ayudante de dirección de cine. Se puede decir que tenía una vida bastante ajetreada. Hacía deporte regularmente, y comía de forma bastante saludable.
Empecé a tener eczema en la manos, que asocié con los productos de limpieza que usábamos regularmente. La manos mejoraron un poco evitando los productos pero entonces comenzó a escocerme el cuero cabelludo, sobretodo después de ducharme, y otras zona como las axilas o los antebrazos.
Ahí comenzó mi traslado a los productos naturales. Sustituí las marcas comerciales por productos sin sulfitos, parabenes y conservantes. Cuanto más natural, menos me escocía la cabeza.
En ocasiones se me hinchaba el labio. No sabía por qué, ya que cuando me ocurría, cada vez había comido cosas distintas. Un día fui a tomar la siesta después de comer y me desperté con la garganta totalmente inflamada. En ese momento pensé que había cogido una infección. Ahora sé que fue una reacción alérgica.
Pese a todo estos episodios eran esporádicos. Seguí con mi vida: cambié de trabajo, me casé, viajé… Poco a poco notaba como mi piel empeoraba, estaba seca y grasa a la vez, tenía muchos granitos en la espalda y el escote, y me costaba –como siempre- mucho perder esos kilos de más, pese a comer de forma comedida.
Por aquella época decidí también ponerme a estudiar. Ese invierno fue especialmente duro. Cogí una gripe que no logré quitarme de encima y que derivó en una broquitis aguda (era el tercer año que cogía bronquitis en invierno). Pasé unos meses horribles, me hincharon a antibióticos, no dormía por las noche a causa de la tos, me dieron ibuprofenos, paracetamoles, codeína, expectorantes… Un cóctel espectacular.
Cuando me recuperé, por mi cuenta empecé a tomar multivitamínicos porque me sentia muy debilitada. En mi trabajo me habían hecho responsable y nos estábamos expandiendo.
Y entonces, comenzó.Poco más de un mes después de la bronquitis. Una urticaria galopante. Por todo el cuerpo, siempre de forma simétrica (en los dos brazos, en las dos piernas, en los costados…) Empeoraba por las noches, no me dejaba dormir, el escozor era insoportable y me ponía de los nervios.
Fui al médico, que me recetó antihistamínicos y me derivó al hospital para que me viese un inmunólogo.
Tomaba los antihistamínicos todos los días. Me provocaban una somnolencia terrible. Llegaba del trabajo agotada y me pasaba el resto del día durmiendo. La urticaria era cada vez más fuerte y el médico me recetaba más cantidad de antihistamínicos. A finales de ese año, mi piel estaba destrozada, atópica y sensible, la cantidad de antihistamínicos que tomaba me dejaba atontada pero sin embargo la urticaria estaba totalmente fuera de control.
El principio del cambio
Ahí tome una resolución. Si lo médicos no iban a hacer nada por mí lo haría yo sola. Me compré varios libros de nutrición, y tras investigar por mi cuenta decidí cambiar la estrategia por completo. Dejé de tomar los antihistamínicos. Dejé de tomar anticonceptivos. Dejé de tomar antiinflamatorios. Dejé el gluten y los lácteos. Empecé a tomar probióticos, y varios suplementos recomendados. Mi alimentación era lo mas limpia posible.
En menos de 10 días la urticaria se había reducido un 80%.
¡No me lo podía creer!
Con el paso de los días el cansancio supremo que me invadía siempre al llegar del trabajo se fue evaporando, aguantaba sin dormir hasta la noche, estaba más activa y me concentraba mejor. Parecía que había tocado alguna tecla que funcionaba. Estaba convencida de que la alimentación era la principal causa.
La caída en picado
Pero mi vida profesional por aquel entonces se intensificó. El lugar donde trabajaba tenía mucho éxito y las horas de trabajo eran intensas. Además como encargada de producción tenía que conseguir que se hiciera más en menos tiempo. También estaba cursando la universidad a distancia y llegaban los exámenes finales. Y la gota que colmó el vaso: era la ayudante de dirección de mi primer largometraje y comenzamos un intenso rodaje de 18 días.
Este rodaje se convirtió en el más duro que he realizado, ya que el equipo de producción cayó el primer día, dejando un sinfín de tareas por realizar y organizar en un ya de por si complicado escenario. Dormí una media de 2 horas por día. Decir que tenía palpitaciones constantes es poco. Creo que jamás he sentido tanto estrés en mi vida (y eso que mi vida siempre había estado llena de estrés).
A los 4 o 5 días empecé a no poder cerrar la mano izquierda. Un dolor agudo al intentarlo me lo impedía, pero estaba tan ocupada que no podía prestar atención. Hacia el décimo día, pinchazos en la parte superior derecha de la cabeza hicieron que me asustara. Eran tan intensos que me preguntaba si me estaría dando algo por forzar demasiado el cuerpo… Pero de nuevo no tenía opción ninguna ya que sin mi la película no se realizaba y no quería dejar a nadie colgado.
El penúltimo día de rodaje, tras ya ni sé cuantas horas sin parar, empezó a dolerme el estómago. Al principio pensé que me habría sentado algo mal, pero el dolor se intensificó hasta que caí doblada y no pude incorporarme en varias horas. Era como cuando sufres una intoxicación alimentaria… pero sin ir al baño. Oleadas de dolor recorrían mi cuerpo y no podía hacer nada por evitarlo.
Al día siguiente estaba debilitada pero pudimos terminar el rodaje. A las 6am de la mañana siguiente, estaba de vuelta trabajando en el restaurante.
Acabé los exámenes. Tuve algunos días de descanso, pero ya era demasiado tarde. Le había fallado a mi cuerpo y ahora me tocaba pagar por ello.
Los dolores de barriga se convirtieron en diarios, esta vez sí que venían acompañados de visitas al baño. La urticaria regresó. Empecé a no poder comer ni probar nada en el trabajo porque cuando lo hacía me ponía peor. Se me nublaba la vista, no conseguía recordar cosas, detalles de conversaciones del día anterior, cuando siempre me había caracterizado por tener una memoria prodigiosa. Empecé a tener un periodo permanente, era como si tuviera la regla 25 días y 5 descansaba. Era muy preocupante.
La odisea de los médicos
Volví al médico. A todo esto yo seguía en lista de espera para el hospital, ya hacía más de un año. El médico me decía que el no podía hacer nada más, que tenía que esperar a que me viera el especialista. Yo estaba desesperada. No me habían hecho ni un mísero análisis de sangre.
Pagué un montón de dinero para ir a un inmunólogo privado. Me hizo las pruebas de alergia en el brazo, que me dieron negativas excepto los ácaros que ya lo sabía, y me diagnosticó con urticaria crónica. Así, el mismo día. Me dijo que me daría antihistamínicos más fuertes y que sería de por vida. Pero que tuviera en cuenta que me podría producir osteoporosis en el futuro. Ahí ya no pude más. Rompí a llorar y le pedí que por favor al menos me hiciese un análisis. Que yo SABIA que la comida tenía algo que ver, que no quería más pastillas que me dejasen zombi o me dejaran peor en un futuro.
Los análisis sólo indicaron deficiencia de vitamina D y de hierro. Empecé a tomar los suplementos, pero no hubo mejora. Al final mi médico de cabecera me dijo que haría mejor yendo a España para buscar tratamiento. Muy fuerte.
Desesperada, varios meses después y sin mejora alguna, mi vuelta a casa por navidad esa vez fue definitiva. En busca de la salud tuve que dejar mi vida en Irlanda atrás.
La luz al final del túnel
Gracias a mis investigaciones, fui directa a la alergóloga del seguro y le pregunté por la histamina y la mastocitosis. Me hizo pruebas de alergia en el brazo y de nuevo sólo los ácaros del polvo salieron. Pero esta vez me pidió análisis de la enzima DAO, test de heces para parásitos, y pruebas de alergia específicas en sangre de un par de cosas que tenía sospecha.
Me salió la DAO a 56 (los valores normales han de ser superiores a 80). Negativo a parásitos. Positivo a la alergia a la gliadina (gluten) y a las abejas (¡se acabó la miel!). Me dio una lista de las comidas que podía comer y de las que no debía tomar nada. Me recetó probióticos.
Empecé a hacer la dieta de forma estricta. A la semana mi urticaria galopante se redujo a la mitad. Al menos ya podía dormir por las noches sin arrancarme la piel.
La ginecóloga no vio nada anormal en la ecografía. Quiso recetarme anticonceptivos pero yo me negué rotundamente.
A partir de ahí comencé a tomar suplementos. Tras pasarme meses leyendo blogs, foros, libros y estudios médicos de todo el mundo, recopilé una lista y me hice un ‘menú’ a la carta. Empecé a hacer meditación.
Me apunté a clases de gimnasia pero tras varios meses sentí que eran demasiado intensivas y me dejaban totalmente sin energía y con recaídas, así que las cambié por yoga. También empecé con acupuntura una vez al mes.
Tras 8 meses de este régimen, la mayoría de los síntomas ha remitido. Sigo luchando contra la urticaria, pero he visto como poco a poco, progresivamente, la virulencia de los dolores de tripa se han reducido a dos o tres por mes, los sangrados ahora son como un periodo largo, la vista borrosa ha desaparecido, el dolor en las articulaciones también. Sigo sintiendo que mi cabeza no está como antes, no retengo como solía, pero nada que ver con la bruma mental que se había apoderado de mí.
Mi lucha ahora se basa en intentar que los médicos averigüen qué causa que el cuerpo no logre degradar la histamina. Aún no tengo mi diagnóstico.
El médico de cabecera de la pública me decía que mi urticaria era crónica, que no se curaba. Que la medicina no cura nada ya, que lleva sin hacerlo muchos años, que lo único que pueden hacer es paliar los síntomas, y que me recomendaba tomar tranquilizantes para ‘evadirme’ del mundo y que no me afectaran las cosas. (Sin comentarios)
El departamento de alergología de la pública simplemente me recetó más antihistamínicos.
De nuevo, mi objetivo final es averiguar qué causa estos problemas con la histamina, no cebarme a pastillas para paliar síntomas que a largo plazo me acaben generando otras enfermedades. Ya os iré contando. A ver cuántos médicos me cuesta dar con uno que esté dispuesto a ir hasta el quid de la cuestión.
Conclusiones
Mis conclusiones personales a día de hoy son:
-Que debido a un sistema inmunológico debilitado y a la deforestación de la flora bacteriana por consumo de antibióticos y otros medicamentos, se produjo un cambio en mi cuerpo que causó que no degradara la histamina correctamente.
-Que por culpa de un nivel de estrés extremo, este problema se agudizó, provocando síntomas mucho más intensos y variados.
-Que los médicos o no saben nada del tema, o apenas. Y que la mayoría no están interesados en saber.
–Que los problemas con la histamina/histaminosis son un síntoma, no un diagnóstico. La no degradación de histamina es la causa de muchos síntomas, pero ella es a su vez síntoma de otra dolencia: mastocitosis, metilación, candidiasis… Hacer una dieta baja en histamina es necesario para mantener las reacciones bajo control, pero es sólo un primer paso hacia poder sanar la causa y poder reintroducir alimentos en un futuro.